La disciplina es uno de los ingredientes del éxito, pero también puede ser la causa del fracaso.
Una vez que incorporamos un nuevo hábito a nuestro repertorio, nos sentimos sólidos. Nos ayuda a realizar acciones de forma rápida y eficaz. Por ejemplo:
- Meditación después de despertar, todas las mañanas.
- Almuerzo a las 12:30, todos los mediodías.
- Una copa antes de ir a dormir, todas las noches.
Si realizarlos logra los objetivos: una mente clara, una buena digestión, relajación, etc., ¡entonces eso es genial!
Pero, … ¿qué pasa si, después de años de realizarlos, nos damos cuenta de que la meditación ya no despeja la mente, el almuerzo a la misma hora se vuelve social en lugar de en función de nuestras necesidades metabólicas o la alabada copa de la noche interrumpe la calidad de nuestro sueño?
Repetir una y otra vez las mismas acciones inútiles (incluso cuando claramente las acciones no tienen los resultados esperados), no es un signo de disciplina sino un signo de miopía.
Cuando era niño y solía enviar cartas escritas a mano a mis abuelos todas las semanas por correo ya que las llamadas telefónicas entre ciudades eran caras. Hoy en día, definitivamente podría seguir haciendo eso y esperar días para obtener una respuesta, o puedo usar WhatsApp, Skype o una simple llamada. El punto es que saber cómo son ES el objetivo, el medio es irrelevante y depende de mi elección.
El segundo ingrediente del éxito es la adaptabilidad: la capacidad de cambiar según las nuevas condiciones.
Incluso desafiar, analizar nuestras acciones en retrospectiva y realizar los ajustes necesarios aumentará nuestras posibilidades de mejorar nuestras vidas. En otras palabras, ser disciplinados para cambiar constantemente es lo que garantiza nuestra evolución.
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